Tinta y cambio
Restos de cartas en Asia
Bruno Grassotti,
2023
La pasión de una conversación que te hace sentir vivo, la curiosidad que se despierta con una nueva posibilidad, la conexión a miles de kilómetros de distancia.
La ilusión de vivir, y de compartir lo vivido.
También los días de mierda y las épocas en las que nada tiene sentido.
Esto es un humilde intento de aportar algo al mundo.
Mi visión.
No quiero insinuar que yo pudiera ser escritor ni mucho menos, sin embargo la escritura ha formado y transformado mi vida en los últimos años, y aquí intento compartir con mi gente lo que a mí me gustaría leer.
Espero que te saque una sonrisa, o incluso te inspire de alguna manera…
Love is the answer
Tomaba un café, aunque las vistas al mar y la calidad de este habrían justificado el precio en Europa, pagar 3 dólares en Sri Lanka por un latte me pareció carísimo.
La principal razón por la que estaba allí era el precioso jardín, completamente para mí.
Quería dedicarme un poco de tiempo, cuidarme.
Después de la sobrevalorada bebida, puse mi culo en el césped y comencé el breve viaje hacia el ahora. —Meditar—. Por mucho que lo intentara, los pensamientos inundaban el momento, a pesar de que intentara justo lo contrario.
En cierto momento empecé a cabrearme conmigo mismo, estaba ahí, quieto, y lo único que conseguía era lo contrario a lo que buscaba.
Lo que buscaba…
En una de esas respiraciones profundas algo hizo “click”.
Lo que buscaba era librarme de mi mente, pero ¿qué sentido tiene esto?
Y en la siguiente inhalación otra idea surgió, pero esta vez iba acompañada de un sentimiento de paz y claridad:
¿Y si en vez de tratar a nuestra mente como el enemigo, hacemos las paces con ella?
En ese instante todo cambió. Ya no había resistencia. Solo fluidez.
A veces cambiar de perspectiva es todo lo necesario para encontrar paz.
Tren dirección norte
Instintivamente mis ojos se abren, me toma unos segundos entender dónde he despertado. La chica de ayer duerme plácidamente.
Miro el reloj, son las seis y media de la mañana, tengo trece minutos para coger el único tren que me lleva al norte del país.
Salto de la cama y me pongo directamente los pantalones, le doy las gracias por darme techo y amor, y empiezo a correr hacia la calle principal. El sol apenas empieza a alumbrar la ciudad de Weligama.
Rápidamente localizo un tuk tuk, al que subo de inmediato a la par que grito direcciones.
Vamos a toda velocidad a la casa de mi colega donde guardaba mi equipaje, le doy un último abrazo antes de saltar de nuevo en el pequeño vehículo.
Este es el único tren que pasará en todo el día, y la única opción para regresar a Kalpitiya, donde tengo que volver al trabajo.
Llegamos a las vías del tren y decepcionado miro como el tren acaba de salir. Sin embargo, una puerta abierta moviéndose a gran velocidad me recuerda que estoy en el culo del mundo, y tal vez saltar a un vagón en movimiento no es tan mala idea.
Le tiro un billete de mil rupias al conductor y, mochila en mano, me abalanzo hacia el tren.
Así comenzaba un viaje de once horas, y terminaba una semana mágica de surf, buena comida y encuentros enérgicos.
Where I am?
Estoy trabajando como instructor de kitesurf en el noroeste de Sri Lanka, en una laguna preciosa, que forma parte de un humilde pueblo pesquero.
Mi rutina es levantarme con el sol, idealmente mover el cuerpo y escribir un poco antes de un buen desayuno, pasar el día en la playa enseñando, y en los ratos libres practicar kite o wingfoil.
En unos pocos días cumplo 21 años.
Estoy en un momento en el que explorar es mi prioridad, y lo llevo al pie de la letra.
La próxima aventura después de terminar la temporada aquí a mediados de marzo será probablemente un viaje al sudeste asiático con un enfoque en practicar muay thai (Tailandia) y perfeccionar mi técnica en el surf (Indonesia).
Espero encontrarnos en algún bello lugar del mundo.
Unas preguntas para ti:
¿Cuál ha sido la mejor hora de la última semana?
¿Cómo puedes hacer más sencillo tener más horas así?
…Unos meses mas tarde escribí otros párrafos…
Coordenadas ambiguas
Hace 36 horas estaba tomando un café en la costa este de Vietnam. Ahora, un té chai en Bombay. Las veinte horas que se tardan desde Hoi An (Vietnam este-central) hasta Saigón (sur) han pasado lentas, muy lentas. Entro en el “sleeping bus”, me acomodo en lo que se podría llamar cama, que no es más que un asiento reclinable, muy reclinado. De los veinte y pico lugares que tiene el coche, el único occidental soy yo, lo cual no es ninguna sorpresa, ya que no conozco a muchos que se pondrían en esta situación… Tengo unos pies a tres centímetros de mi cara, un bebé que llora en el asiento delantero, olores de todos los espectros y teléfonos de jóvenes asiáticos viciados al TikTok que suenan a todo volumen.
Sobre las 7 a.m. llegamos a la capital del sur. Tras pasar algunas horas muertas por las calles de la metrópolis, regateo con un señor para que me lleve al aeropuerto en su motillo. Empieza con 100k, luego 70k, para llegar a 50k, que al cambio vendría a ser unos 2€.
Tras hacer todos los procesos correspondientes, entro al Airbus A330. Sin haber despegado, ya estoy en India. Los delicados rasgos vietnamitas se tornan en ojos oscuros y facciones más duras, características de los indios. Aunque parezca surrealista, de nuevo soy el único “blancucho” en todo el avión. Me siento de vuelta en Sri Lanka cada vez que veo el típico gesto de sacudir la cabeza lateralmente, como diciendo “okey”. Solo en estos dos países tienen esta curiosa costumbre, que pasó a formar parte de mí tras la temporada de trabajo en la antigua Ceilán… y así avanza el traslado, con nervio, reflexiones y algo de nostalgia. Solo me separan dos vuelos, otro bus, un ferry, un taxi y 6500 km de lo que será mi nuevo hogar por los próximos meses: las cálidas, y con suerte ventosas, playas de Zanzíbar.
Látex y arroz
Hay algo que me atormenta desde hace días… el tamaño real de los condones asiáticos. Verás, en el intento de ser un ciudadano responsable, compré una cajeta de condones en un 7/11, que vendría a ser una tienda 24 horas en España. El caso es que hago uso de él (no entraré en detalles); todo va bien, extrañamente bien.
La sorpresa viene cuando, unos días después, conozco a un chaval. Hablando de la vida, me comenta que está comprando condones en cantidades industriales para llevárselos de vuelta a Europa. La razón es simple: son más pequeños.
Yo que pensaba haber ganado un par de centímetros a base de comer arroz a diario.
Lo peor de todo es que nunca sabré si ese joven era realmente un empresario del látex o un desalmado bromista que destrozó aún más mi frágil virilidad…
600 km, 1860 curvas y Chiara
Venía de pasar una noche en Bangkok, de donde me fui espantado por el caos de la ciudad. A la madrugada siguiente llegué a Chiang Mai, en el norte de Tailandia. Buscando algo que me devolviera a la naturaleza, tras un par de búsquedas en Google tenía la respuesta: recorrer el “Mae Hong Son loop”, una ruta circular en moto que recorre gran parte del norte del país. Enseguida busqué una moto que alquilar, me agencié una semi-automática que ya tenía sus añitos, fue lo mejor que pude encontrar. Tres horas después estaba en carretera, rumbo al norte.
Moverse por estos lares es relativamente fácil, lo cual me vino como anillo al dedo, ya que lo único que me indicaba dónde ir era el pequeño mapa que garabateé antes de salir. Lo seguí durante unas cuatro horas. La brisa fresca de las montañas me recordaba que estaba en la zona más elevada del país; todo lo que se veía al horizonte eran montañas inundadas de vegetación tropical. Esta belleza era un arma de doble filo, ya que si la observabas con demasiado detenimiento te arriesgabas a coger una de las miles de curvas demasiado rápido, deslizándote barranco abajo…
Llegué a mi primer destino: Pai. Pai es un pueblo pequeñito entre las montañas; en las periferias de este descansan maravillas naturales como aguas termales, paisajes lunares y cascadas en medio de la nada. Pero lo que lo hace realmente especial es la comunidad que hay en el lugar: viajeros de todo el mundo se unen aquí, el buen rollo inunda cada rincón de la ciudad, y esto se aprecia aún más viajando solo.
Aunque la idea inicial era quedarme una noche y seguir el recorrido a la mañana siguiente, acabé quedándome cuatro noches y llevándome a una japonesa-holandesa como equipaje inesperado, pero sin duda bienvenido.
Juntos seguimos recorriendo las serpentinas carreteras, quedándonos en el lugar que encontrábamos donde llegábamos. Al segundo día de salir de Pai, una intoxicación debida a un pad thai en mal estado me dejó con muy poca energía, además de que me era imposible mantener algo sólido en el cuerpo por más de un par de horas…
Pero el viaje no podía pausarse por un poco de vómito y malestar, así que dejamos Mae Hong Son atrás. Chiara no conduce, así que me esperaban cuatro días más de vómito y asfalto, sin descanso. Khun Yuam, Mae Sariang y Hot fueron los lugares donde pasamos noche antes de llegar de nuevo al punto de salida, Chiang Mai.
Estos últimos días son agridulces al recordarlos. Por un lado, la aventura en sí era mágica; por otro, me estaba cagando vivo y tenía fiebre… El sexo no era mi prioridad en estos momentos, donde el semen era mi único fluido corporal que no salía sin avisar. Así, la relación con Chiara pasó de ser romance alocado a una verdadera amistad…
Una búsqueda incesante de identidad
Mentalmente: algo agitado, aunque siento que ese es mi estado usual (no natural). Mi energía mental está principalmente en el futuro cercano, en mi siguiente aventura, que sin duda me pondrá a prueba de nuevo y me hará crecer.
Es curioso cómo, a nivel conceptual, somos capaces de entender muchas cosas, pero a nivel emocional esta comprensión no se refleja en ocasiones.
Viajar solo te pone en situaciones sociales que sin duda te hacen replantearte toda tu persona. ¿Cómo te comportarías si nadie te conociera, si no tuvieras una identidad que mantener? Si uno es honesto consigo mismo, la respuesta sería “pues igual”.
A nivel personal lo que puedo compartir es que, a pesar de que mi comportamiento no ha cambiado, lo que sí lo ha hecho es todo el proceso de cómo me relaciono conmigo mismo y con el entorno. Era una persona que pensaba en exceso en “el qué dirán”, invirtiendo mucha energía y preocupación en ese diálogo interno de “—Si hago X pensarán X, tal vez sea mejor hacer Y…”
Uno de los mayores aprendizajes que me llevo de este viaje es el siguiente: a nadie le importas una mierda. Así de simple. Y esto no es nada negativo, es liberador. Todos estamos demasiado ocupados con nuestras metas y alegrías, nuestros problemas y sufrimientos…
Mejor pecar de loco que de prudente.